Buenos días,
¿Cómo estáis? La semana pasada empecé a contaros mi aventura italiana que, desde luego, no ha tenido nada que ver con aquella maravillosa película “Vacaciones en Roma”.
Partimos rumbo a Roma…
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Creo que me quedé en mi relato en el momento de embarcar y partir rumbo a Roma. ¿Verdad?
Al llegar menos mal que no tuvimos ningún problema y, como viajábamos con equipaje de mano (¿os acordáis?) pues no tardamos nada en salir de la terminal y encontrar a un señor que tenía un papel a la altura del pecho en el que ponía “Sorpura”. Entendimos que éramos nosotros y nos llevaron hacia el coche.
Tengo que decir que el coche era mucho mejor que el que nos había llevado al aeropuerto, pero era muy, muy triste. Parecía un coche de esos que ponen las funerarias a disposición de los familiares para los entierros. Pues así era. ¡Me dio muy mal rollo!
Como una postal de HEIDI
Nos llevaron directamente a la residencia que, tal como me temía, era un sitio maravilloso, en medio del campo, rodeado de árboles, manantiales, con las montañas nevadas al fondo. Vamos, como una postal de Heidi pero ¡CON UN FRÍO QUE HACÍA TREMENDO!
Nada más llegar nos dieron un chocolate calentito que a mi me sentó de maravilla, la verdad. Y luego nos enseñaron nuestras habitaciones: lo digo en plural porque eran dos: la de los hombres y la de las mujeres. Yo compartía habitación con Madre Pura (¡¡¡¡¡) y con las otras 12 profesoras/directoras que acudían a la reunión. Era una habitación tipo cuartel con literas. Está preparada para los niños y niñas que van a las convivencias. Y está muy bien, pero para nuestra edad, no.
La imagen de Madre Pura subiendo a la litera de arriba con el hábito y todo para dejar su pijama debajo de la almohada no se me olvidará en años.
De las reuniones no os puedo contar mucho porque como en todas las reuniones de ese tipo, se trata de que todo el mundo hable bien de lo que hace, de lo que ofrece y sea todo muy bonito y muy especial.
Un paseo por el monte
Comimos a las 12:30 (si, hay sitios donde se come a esa hora. Nosotros lo llamamos “pincho-de-tortilla-con-una-caña”, ellos comida) y para aprovechar lo que quedaba de luz, nos llevaron a visitar un lago que se suponía estaba cerca donde hacen actividades acuáticas en verano. ¡Qué bonito, qué lejos y qué frío!
Cuando volvimos era casi de noche. Nos duchamos y nos preparamos para la cena. Nos os puedo contar lo que supuso salir de la ducha. Igual que la habitación era tipo cuartel, la ducha también. Una sala llena de platos de ducha (eso si, con cortina que te da un poco de privacidad) y una salita con taquillas y bancos para poder dejar la ropa. No os exagero si os digo que me pareció ver un pingüino saliendo de una de las duchas y diciendo que se iba a la calle a ver si entraba en calor.
Qué frio…. por Dios
¡Madre de Dios! ¿Por qué no pedirán una subvención para poner calefacción? Nos pidieron disculpas y nos dijeron que esa residencia estaba preparada para actividades de verano y no para el invierno. Y digo yo, si no está preparada ¿qué hacíamos nosotros pobres infelices allí en medio de una ola de frío polar?
Como era de esperar, después de la cena (muy rica, por cierto) un ratito de charla y a la cama. Eran las 10 de la noche y yo ya estaba metida en el sobre, dando vueltas en la litera intentando encontrar la postura y la zona más calentita de la cama.
De vuelta a casa….. y sin abrir la maleta ¡Bien!
Me levanté con un catarro que todavía me dura. A las 7 de la mañana desayunando. Qué fijación tienen con madrugar tanto…
La mañana pasó entre reuniones y paseos a ver la fuente donde hacen una especie de romería, más reuniones, otro paseo a la zona de las tirolinas… comida a las 12:30, cerrar la maleta y al aeropuerto otra vez.
En el coche hacia el aeropuerto fui pensando que tal como me encontraba, con el dolor de cabeza que tenía y la congestión que se apoderaba de mi por momentos, si alguien me decía que abriera la maleta, estaba decidida a decirle que se quedara con ella.
Menos mal que no pusieron problemas y pasamos sin pena ni gloria por el arco de seguridad. Eso si, descalzos, sujetándonos los pantalones con la mano, sin reloj, sin horquillas, …
Cuando me vi en casa calentita y escuchando llorar a los MEO porque tenían una pesadilla me repetí eso de “Hogar, dulce hogar” y recé. Esta vez para que no me toque acompañar a los niños de intercambio a la residencia romana.
Un abrazo a todos.