¡¡¡¡¡Libre, como el sol cuando amanece, yo soy libre!!!!! ¿os acordáis de esa canción del gran Nino Bravo?
Soy libre
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Pues eso es lo que llevo yo cantando desde el pasado viernes a las 6:30 de la tarde cuando un gran doctor (medía cerca de dos metros…) me quitó la escayola y me dijo esta maravillosa frase: “bueno, pues esto ya está… ahora rehabilitación”.
Se me saltaron las lágrimas, no os digo más.
Una parte de las lágrimas fueron gracias a la emoción de ver otra vez mi brazo en su estado natural y no cubierto de un yeso blando y doblado en el mismo ángulo que los gatos chinos de la suerte… la otra parte de las lágrimas vino cuando el doctor intentó que ese brazo pasara de estar doblado a estar estirado.
¡Vi las estrellas! Servidora, que está educada en un momento en el que se nos decía que las señoritas no gritaban ni decían tacos delante de extraños, sólo fui capaz de decir ¡Aayyyyyyyyy! Pero con una voz que yo calculo me salió de lo más profundo de hígado.
Me encantó cuando el buen doctor me preguntó: ¿Duele?
Digo yo que por qué los médicos a veces te preguntan lo evidente. Te rompes un brazo, te ponen escayola, luego te la quitan después de tenerlo arrugado como una pasa durante 4 semanas y al estirarlo preguntan: ¿duele?
¿Qué se le puede decir? “No doctor, lo que pasa es que me acabo de acordar del quebrantahuesos, que es una especie de buitre con cara de mala leche que está en peligro de extinción y me ha dado muchísima pena… también son ganas de preguntar.
En fin, lo importante es que ya me siento libre:
ya me puedo duchar sin bolsa protectora, me puedo lavar el pelo y ponerme en él lo que quiera sin tener que dar explicaciones a nadie.
Yo: Toni, cariño, me voy a lavar el pelo. ¿Me ayudas? Por favor ponme el champú.
Toni: Claro. Ya está.
Yo: un poco más, por favor… en las puntas también.
Toni: ¿no será mucho?
Yo: no. Por favor extiéndelo bien y frota todo el pelo… Así no cariño. Se trata de lavar el cuero cabelludo, no de arrancarlo…
Toni: mira que eres quejica.
Yo: Ahora después de aclararlo, me tengo que poner mascarilla porque lo tengo muy seco.
Toni: pues anda…
Después vienen una serie de respiraciones profundas por mi parte, un par de lamentos por parte de él y salgo de la bañera.
Yo: por favor sécame un poco el pelo con la toalla… cariño, secar, no arrancar…
Y lo dejo aquí porque no quiero recordar lo que ocurre después: el aceite para las puntas, el agua de rizos… y si ya se nos ocurre pedir que nos pongan crema hidratante en el cuerpo…
Mejor dejarlo…
Todas esas cosas son las que hacemos de forma habitual sin darnos cuenta y que cuando sufrimos un pequeño accidente (sin importancia) se nos hace un mundo.
Ahora me voy a poner seria:
en estos días he tenido tiempo de pensar y de darme cuenta de lo importatne que es que cuando uno tiene alguna limitación los demás le ayuden y le faciliten la vida. Lo mío ha sido una tontería que, afortunadamente, era temporal y muy superficial.
Pero, me ha dado por pensar en todas aquellas personas que tienen algún tipo de limitación física y que se enfrentan todos los días a un entorno que está preparado para aquellos que tienen sus dos brazos, sus dos piernas, su físico en general en perfecto estado de revisión.
Pero ese físico “perfecto” no es el que tiene todo el mundo:
hay personas que necesitan usar los medios de transporte público y no pueden subir fácilmente los escalones que separan el suelo del autobús… o van en una silla de ruedas.
Ya me conocéis un poco y sabéis que procuro tomarme la vida con mucho sentido del humor pero hoy me voy a poner muy seria y os voy a pedir que penséis en la cantidad de barreras arquitectónicas que tienen nuestras ciudades y, sobre todo, que penséis un poco en todas las personas que día a día tienen que vencer esas barreras.
Os quiero. ¡Hasta la semana que viene!