¡Hola familia! ¿Cómo estáis? Espero que muy bien y que estéis disfrutado del puente (si es que lo habéis tenido).
Otro susto en Halloween
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¡Yo no! Y esta vez no lo digo desde la envidia que me caracteriza en otras ocasiones. Yo me he quedado en casita, aprovechando para hacer esas cosas que nunca “tengo tiempo” de hacer (se escribe “no tengo tiempo” y se lee “no me apetece”) y que he aprovechado (= “no me ha quedado más remedio”) para hacer en estos días:
- Ordenar el cajón de los calcetines de los MEO. Ponerlos por parejas más o menos iguales y tirar los que están solitos. De ahí sale las siguientes acciones:
- Ir a comprar ropa interior para todos los niños y elegir, en el caso de los pequeños, si este año llevamos calzoncillos de Peter Pan, de los Increíbles o de Halloween hasta el verano. En el caso de las niñas, la decisión está entre una princesa Disney, un unicornio dorado o Hello Kitty (si, todavía hay). De esta situación queda excluida Blanca que, si por ella fuera, encargaría la ropa interior a La Perla…
- Llenar las bolsas de ropa interior usada y llevarlas a reciclar.
- Probar la ropa de invierno pasado a los “pequeños” y descubrir que lo único que les queda bien es la bufanda y eso gracias a que el invierno pasado la dieron de si. Acciones:
- Ir a comprar ropa de invierno.
- Explorar nuevas secciones dentro de las tiendas. Ya no vamos sólo a la sección de infantil y niños. Ahora tenemos otra que debería estar muy bien marcada: la de preadolescentes. Blanca no… Blanca compra en las tiendas de ropa ecológicas de Lavapiés y alrededores.
- Llena las bolsas preparadas a tal efecto y llévalas a la parroquia.
- Probarme yo la ropa del invierno pasado y descubrir que me pasa como a los MEO: que sólo me quedan bien los guantes y los calcetines. Acciones:
- Ir de compras y descubrir, al probarte la prenda, que las tallas siguen estando mal y que todo lo que te puedes comprar te queda como el cu.. y lo que te queda medianamente bien, cuesta un Congo (he dicho cuesta, no vale… ya sabéis: “es de necio confundir valor con precio”.
- Llenar la bolsa con la ropa para llevar a la parroquia y en el camino pensar que es mejor darle otra oportunidad.
- Llegas a casa y te toca lavar y planchar toda la ropa que habías metido en la bolsa.
¿Qué os parece? Mejor no me lo digáis… prefiero no saberlo. Me vale con pensar que a muchas os ha pasado/pasa lo mismo.
Aunque también tengo que reconocer que ha habido momentos maravillosos este puente.
El mejor: el momento Halloween.
Como podéis imaginaros, con cuatro niños en edad de pedir chuches, en mi casa SE HA CELEBRADO HALLOWEEN… ¡SI SEÑOR!: con sus disfraces, su decoración, su tarta de calabaza y sus sustos correspondientes.
Este año tenía yo ganas de enredar y le propuse a mi padre que se disfrazara de Drácula para asustar a mis hijos (y sus amigos). Los niños se fueron a pedir caramelos por la urbanización y, cuando volvieron a casa a la fiesta que teníamos preparada, la idea era que mi padre llamaba a la puerta y ellos abrían sin saber que era él. Ellos intentaban asustar al “visitante” y mi padre los asustaba a ellos. Divertido ¿a que si?
Pues el plan perfecto. Todo preparado: mi padre esperando en el garaje y los niños empezando a merendar. Yo que aviso a mi padre y en menos de un minuto suena el timbre. Es verdad que yo pensé que mi padre estaba tan ilusionado que había subido volando en lugar de coger el ascensor.
Hago la señal, abro la puerta…
Los niños preparados en la puerta en silencio. Hago la señal, abro la puerta y los niños se ponen a gritar como unos locos.
Y… al otro lado de la puerta, dos señoras de una edad considerable que estaban vendiendo Biblias por la urba. Por un momento pensé que teníamos que llamar al 112. Las mujeres pálidas como dos muertas (perdón), los vecinos alertados por los gritos en el descansillo y, como colofón final, se abre la puerta del ascensor y aparece mi padre vestido de Drácula gritando “Contad las horas que os quedan para pasar a formar parte de mi reino”.
¡Qué momento! Los niños no sabían si reír o llorar, las señoras sabían que reír no podían… ni llorar tampoco: bastante tenían con respirar sin hiperventilar. Los vecinos ni os cuento…
Al final, metimos a las señoras en casa, les dimos una copita de vino y unos dulces y a los vecinos les invitamos a una copa…
Y yo aquí sigo, riéndome hasta no poder más cada vez que me acuerdo.
¡Feliz semana!