Año nuevo, conversaciones nuevas
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Hola amig@s. No sé si todavía estamos a tiempo, pero os deseo muy feliz 2021, de vuelta en el blog, deseando seguir y estar con vosotr@s en este camino en el que vamos a realizar un esfuerzo extra por aprender en estos tiempos tan cambiantes en los que nos está tocando vivir y hacer lo mejor que podemos. La costumbre de hacer balance del año no solo es positiva, sino necesaria y saludable y por eso en este tiempo de desconexión navideña, no ha sido una excepción. En esa reflexión y balance he pensado mucho sobre todas las conversaciones que he mantenido en estos últimos meses que siempre han girado entorno a temas importantes como incertidumbre, cambio, miedos, inseguridades y, como consecuencia, las palabras que más hemos ido empleando en este tiempo son poco alentadoras o por decirlo de alguna manera bastante negativas: aislamiento, crisis, desempleo, miedo, contagio, frustración, desesperanza, crispación, por supuesto el temido covid y confinamiento, la palabra del año para la RAE.
Las palabras nos definen ¿Sabes hablar en positivo?
El inicio de un nuevo año nos plantea la posibilidad de abrir los ojos ante nuevas oportunidades, es más que conocida la frase “año nuevo, vida nueva”. Sin embargo, en este año en el que no vemos tan claras las oportunidades, en el que el futuro parece un tanto gris y sombrío, vamos a tener que enfocarnos en la meta que nos hayamos propuesto con mucha más dedicación, esfuerzo y cuidado con el que lo veníamos haciendo.
Una de las metas que me he propuesto es mejorar mis conversaciones y sobre todo mejorar mis palabras ¿por qué? Porque el poder de las palabras va mucho más allá de lo que imaginamos. Pueden alegrarnos el día o, por el contrario, hacernos estar tristes. Animarnos o hundirnos. Ayudarnos a avanzar o hacer que nos quedemos estancados. A través de las palabras pensamos, nos acercamos a los otros, o nos alejamos con ellas. Si sabemos cuidarlas tenemos la posibilidad de entendernos con el otro. La intimidad se basa, y mucho, en las palabras. Y la amistad, y la ternura, y el amor. Es cierto, que esas mismas palabras a veces nos acarician y a veces golpean.
¿Qué hacemos con ellas? ¿Qué nos hacen con ellas? Es cierto que mal usadas las palabras traen consigo la posibilidad del malentendido y la posibilidad de mentir. Y lo vemos en nuestro día a día, vivimos en la sociedad de la post verdad, los límites entre la verdad y la mentira están diluidos. Estamos rodeados de fakes news , opiniones que se disfrazan de verdad y noticias sin contrastar. ¿Es que no nos importan las palabras? ¿Hemos perdido el interés por lo que vamos a comunicar? ¿Lo pasamos todo por alto?
“La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas”.
Sigmund Freud
Si las palabras no fueran importantes, ¿por qué hacemos esfuerzos para escucharlas? ¿Cómo podemos intentar entender lo que nos explican si ese vehículo, las palabras, que nos transmite los mensajes, no tiene demasiada importancia? ¿Quién no ha vivido la intensidad de un “te quiero tanto”? ¿Quién no ha esperado años para ofrecer un: “Perdóname” o para escucharlo? Y todo lo que se transforma, se sana, se calma, con tan breves palabras.
Por eso, todos, pero especialmente aquellos de nosotros cuya vocación o misión en la vida, llámalo como quieras, tiene que ver con el uso de la palabra, estamos llamados a usar la palabra para el bien, y esto supone establecer un compromiso en que la palabra construya, que apueste por mejorar las relaciones, los procesos, la resolución de los problemas, que edifique el mañana. Que la palabra una, que muestre los lazos, muchas veces escondidos, de unidad entre los hombres y los potencie. Que la palabra perdone, que siempre deje abierta la puerta de la reconciliación, la única puerta abierta a un futuro mejor. Que la palabra anuncie, cuente la novedad y toda noticia que lo corrobore. Que la palabra corrija, con rectitud de intención, sin prejuzgar ni juzgar a la persona, siempre con humildad, objetividad, y desprendimiento. En definitiva, que la palabra siempre esté dispuesta para hacer el bien.
Cómo afectan tus palabras
Hace muchos siglos a las palabras se les concedía tanto poder e importancia que, quien era un virtuoso manejando y controlando las palabras, sabía que su vida sería afortunada. De hecho, podían diseñar el camino de la vida debido a su capacidad de crear, sanar o destruir una vez convertidas en oraciones o maldiciones.
Actualmente en muchas ocasiones infravaloramos el poder de las palabras, dándole prioridad al contenido más que la forma. Generalmente no lo hacemos de manera conscientemente, pero lo hacemos. Cuando repetimos una misma palabra en una conversación como muletilla o en un correo electrónico, cuando nuestro vocabulario quede reducido a un número limitado de palabras, cuando no ponemos un acento, o escribimos con faltas de ortografía porque no nos detenemos a comprobar cómo se escribe esa palabra. en esos momentos lo estamos haciendo.
Pero ¿qué explicación podemos dar a esta forma de hacer las cosas? ¿podemos justificarnos diciendo que estamos en la era de la inmediatez en la que dominan las redes sociales y las aplicaciones como el WhatsApp, Telegram etc. etc.?
Pues sí, generalmente sucede porque se busca la inmediatez y para ello todo tiene que ser rápido sin pararse en los detalles, a veces escribimos usando el lenguaje de los mensajes de texto abreviados y sin conexión. Y encima estamos convencidos de que en el fondo nos van a entender, aunque esté mal escrito.
¿Cuáles son las consecuencias? Las consecuencias de esto es la mala imagen que ofrecemos al que nos lee. ¿Por qué?, pues evidentemente porque lo que escribimos es una presentación de nosotros mismos, y lo que vamos a transmitir es falta de rigurosidad, credibilidad, motivación y sobre todo profesionalidad. Y sí, vamos más allá, piensa por un momento, la expresión escrita es una competencia blanda, de esas que son solicitadísimas por las empresas para la incorporación a su organización.
Así que manejar correctamente esta capacidad te permitirá contar con recursos y herramientas para ese paso al mundo laboral, entrar en el mercado de trabajo con más facilidad y una vez dentro para desarrollar tu labor profesional trabajando la excelencia. Habitualmente no es de las habilidades más potenciadas ya que no se le da mucho valor y si la dominas, podría ser una habilidad que te diferencia de los demás.
Podría seguir mucho más hablando de la comunicación escrita, pero hoy lo voy a dejar en esta breve pincelada sobre la que quiero que hagáis una reflexión y me gustaría centrarme más en la palabra hablada, en nuestra comunicación verbal. La palabra destaca sobre cualquier otro sonido y capta nuestra atención. Basta que llegue a nuestros oídos una conversación para que, de forma automática, intentemos descifrar de qué se trata.
“Las palabras pueden inspirarte o destruirte. Elige bien las tuyas.”
Robin Sharma
Podemos centrarnos en los siguientes aspectos:
Las palabras despiertan emociones
Durante mucho tiempo se creyó que algunas palabras tenían poderes mágicos (recuerda “abracadabra” en los cuentos). Esta creencia se ha desechado y la psicosemántica nos dice que las palabras tienen significado emocional y que escucharlas o leerlas genera sensaciones en nuestra mente, por lo tanto, no son neutrales.
Algunas palabras generan sensaciones agradables y otras palabras generan sensaciones desagradables. Existen experimentos muy interesantes como el que llevó a cabo el científico japonés Masaru Emoto que como mínimo es curioso y que provoca reflexión. Emoto estudió el impacto y la forma en la que reaccionaban las gotas de agua en relación a las emociones humanas externas. Su experimento consistió en asociar a determinadas gotas de agua una palabra que podría ser positiva (amor, cariño, gracias…) o negativa (no te quiero, me molestas, déjame, esto es mentira…).
Después de aplicar estas palabras a las gotas de agua observaba en un microscopio cómo evolucionaban los cristales de agua y curiosamente los del agua tratada con palabras positivas mostraban figuras preciosas como diamantes, copos de nieve y perfectamente delimitados mientras que las gotas de agua sometidas a palabras de efectos negativos tenían cristales de formas menos definidas que incluso mostraban caos. En internet es fácil encontrar las figuras de estos experimentos y las imágenes son realmente espectaculares.
Esta experiencia puede llevarnos a pensar en el impacto que nuestras palabras provocan en la persona que está escuchando cuando las emitimos. Si tenemos en cuenta que nuestro cuerpo tiene más del 60% de agua y que nuestro cerebro tiene más del 70% de materia acuosa, ¿qué puede pasar en el cerebro cuando insultamos a alguien o la sometemos a presión? por el contrario, qué efecto se produce en cada molécula de agua que tenemos en nuestro organismo cuando le decimos a alguien palabras como “me gusta lo que estás haciendo”, “te aprecio”, “sigue adelante”.
Por deformación profesional y por mis estudios pienso que existe algo de química en todo esto que se mezcla con la parte emocional ¿o quizá es la emoción la que nos modifica la química? ¿Cómo crees que se colocan las moléculas de agua en tu interior cuando recibes una ofensa? ¿Cómo crees que se alinean las moléculas de agua de una persona a la que halagas su forma de actuar y das las gracias? En todo caso, una palabra amable siembra mucho más que una ofensa, además la forma de los cristales de agua es más bonita y aunque solo fuera por esto vale la pena hablar de forma positiva.
Las palabras negativas pesan más que las positivas
Ya lo hemos visto en el punto anterior. Ten en cuenta que las cosas negativas, incluido las palabras, tienen más peso que las cosas positivas, por lo que para compensar una palabra negativa no basta con añadir una palabra positiva a continuación, sino que es preciso que la relación sea superior, en concreto, la relación entre palabras positivas y negativas es de tres a una, es decir, que para compensar una palabra negativa es preciso utilizar tres palabras positivas.
Según parece, la razón del distinto peso reside en que las palabras negativas y las palabras positivas se procesan en zonas distintas de nuestro cerebro. En concreto, se ha comprobado que las palabras negativas activan la parte de nuestro cerebro responsable de actuar ante situaciones de peligro y hace que se liberen sustancias químicas generadoras de estrés. Como vemos, a largo plazo, las palabras negativas terminan teniendo efectos permanentes sobre nuestro cerebro.
“Si crees en el poder de las palabras puedes provocar cambios físicos en la naturaleza.”
H. Scott Momaday
Las palabras pueden cambiar nuestra genética
Las palabras son tan poderosas que pueden incluso modificar la plasticidad de nuestro cerebro, lo que finalmente provoca la modificación de nuestros circuitos neuronales y de nuestra manera de pensar. Por ejemplo, las palabras positivas activan ciertas zonas de nuestro cerebro, aquellas donde tiene lugar la función cognitiva y la motivación, hacen que prestemos atención a quien las pronuncia y nos mueven a la acción. Sin embargo, las palabras negativas tienen el efecto contrario, especialmente la palabra “NO”, que es la palabra más poderosa que existe y puede incluso empeorar una situación de depresión.
El contexto de las palabras
El contexto es la situación externa que rodea al acto de la comunicación y que ayuda a la comprensión del mensaje. Es importante que las palabras se utilicen en su debido contexto, porque en caso contrario lo que va a originar es desconfianza o recelos. Imaginaros por un momento que un vendedor de coches utiliza la palabra rápido, seminuevo, ocasión, a nadie le llama le extraña. Pero si utiliza la palabra gracioso, resulta fuera de contexto.
Inmediatamente saltan las alarmas y el cerebro tarda una fracción de segundo en detectar si una palabra está fuera de contexto. Es más, lo hace incluso antes de que la persona que habla termine de decir la palabra. Para hacerlo se apoya en información previa e incluso en estereotipos. Al parecer, esto se debe a que la mente humana intenta anticiparse a la conversación, ya que la única manera de entender el significado de una frase al instante, sin tener que pensar en el significado de cada palabra, es anticiparse.
La entonación de las palabras
Tan importante como lo que se dice es cómo se dice, el tono de voz. Por ejemplo, se ha comprobado que en apenas diez segundos la persona que nos escucha sabe, simplemente por nuestro tono de voz, si estamos de buen humor, cansados, enfadados, etc.
Nuestro cerebro separa el significado de una palabra (lo que decimos) del tono empleado (cómo lo decimos). De hecho, la entonación de las palabras se procesa en un área del cerebro específica, la misma zona que se dedica a procesar la música.
La información que transmite la entonación es independiente de la información que transmite la palabra en sí. El Laboratorio de Análisis Instrumental de la Comunicación sobre locución e imaginario, de la Universidad Autónoma de Barcelona, realizó un estudio sobre voz y percepción. Sus conclusiones son curiosas e interesantes. Entre ellas destacan que:
- El tono de voz grave sugiere sensatez y genera confianza en los demás. Es el más utilizado en los anuncios publicitarios
- Si el tono de voz es extremadamente grave, remite a sensaciones sombrías
- Una voz firme y segura nos hace pensar en que el hablante es alguien distinguido e importante
- Hablar en un tono de voz bajo nos sugiere que la persona tiene falta de fortalezas o que es torpe
- Quienes emplean un tono de voz muy agudo transmiten baja credibilidad
Procura que tu tono de voz esté en consonancia con lo que quieres transmitir. Si tu tono de voz indica algo distinto a lo que dicen tus palabras o tus gestos, la persona que está escuchando recibe estímulos contradictorios, lo que genera confusión que se traduce en falta de confianza.
Fortalecer la mente. ¿Podemos utilizar siempre palabras positivas?
La forma en la que hablamos (nuestras quejas, nuestras alabanzas, nuestras muestras de gratitud, nuestros reproches, la cantidad de palabras positivas o negativas que emitimos, …) influyen notablemente en la percepción que los demás tienen sobre nosotros y tiene la capacidad de modificar nuestro comportamiento y nuestro estado de ánimo ¿A que si no dejas de repetir lo cansado y estresado que estás acabas más agobiado y con menos ganas aún de hacer nada? ¿Te apetece la compañía de un “aguafiestas” o huyes en cuanto lo ves entrar?
“Una sola palabra tiene el poder de influenciar la expresión de los genes que regulan el estrés, tanto a nivel físico como emocional”.
Andrew Newberg
Últimamente he estado leyendo mucho acerca del poder de las palabras positivas y transformadoras porque al cabo del día la mayor parte de las conversaciones que mantenemos tienen muchas connotaciones negativas.
La ciencia del lenguaje positivo investiga qué decimos con el propósito de crear un habla y una vida más inteligente, más rica, más libre y evolucionada. Luis Castellanos nos lo explica en sus libros: La ciencia del lenguaje positivo, El lenguaje de la felicidad y Educar en lenguaje positivo.
‘La ciencia del lenguaje positivo’, como indica su sinopsis, propone un camino que se inicia con la toma de conciencia del lenguaje que utilizamos con nosotros y con los demás, para continuar con ejercicios y entrenamientos que nos permiten construir un hábito de utilización del lenguaje positivo en nuestra vida cotidiana.
Como resumen y en la siguiente conferencia, Luis Castellanos explica cómo darse a uno mismo y a los demás una mirada optimista y esperanzada hacia el futuro. Se trata de una revolucionaria perspectiva del cerebro que explica por qué hay palabras que determinan el rumbo y la actitud ante la vida.
No es la primera vez que leo sobre esto y estoy totalmente de acuerdo, pero ¿se puede siempre utilizar un vocabulario y un discurso positivo? ¿incluso cuando a nuestro alrededor están cayendo chuzos de punta? ¿No existe un riesgo de parecer despreocupado y alejado de la realidad, un optimista fuera de contexto? ¿hasta qué punto influyes en tu entorno transmitiendo metas y objetivos poco realistas?
Personalmente (y los que me seguís seguro que lo habéis podido comprobar) me gustan palabras como: ánimo, esfuerzo, talento, éxito, gracias, visión, honesto, especialización, bueno, futuro, feliz, valor, superación, personas, emoción, creatividad, liderazgo, entusiasmo, iniciativa, valer la pena, amigo, enhorabuena, avanzar, sumar, adelante, buenas, excelencia, marca, calidad, contento, mejorar, … y creo que las utilizo de forma natural y espontánea y también sé que hay otras palabras menos positivas que también “salen” de mi boca en momentos menos afortunados.
Pero en segundo lugar están las afirmaciones. Está claro que hay que huir de negatividades, de las comunicaciones que generan miedo, de las expresiones indignas, de las amenazas, pero ¿puede ser siempre nuestra comunicación positiva? ¿podemos dejar aparte las realidades negativas que nos rodean y contra las que luchamos? ¿es mejor no aflorar el lado duro de la vida y generar una falsa estabilidad y confort?
De hecho, hay personas a las que les molesta el optimismo fuera de lugar incluso más que el pesimismo más llorón. Y es que este positivismo a toda costa puede suponer incluso una pérdida credibilidad.
Realmente no tengo certeza al responder a las anteriores preguntas, no sé qué pensarás tú. Trato de aferrarme y de reflexionar sobre todo lo leído y aprendido. La situación nos preocupa, pero no le dedicamos los espacios. En palabras de Luis Castellanos: “estamos sometidos a una escasez de lenguaje. Ahora gobierna el lenguaje de la crisis, el rebrote, la pérdida… No es viable, y la mayoría de la población recibe el mismo mensaje por televisión, prensa, radio… Hablamos… ¿de una situación bélica, una situación de crisis? Tampoco es una oportunidad… Posiblemente, sea otra cosa que debemos definir. ¡Veamos qué es! Tal vez no estamos eligiendo bien las palabras de lo que estamos viviendo”.
A diario podemos tener situaciones que hacen que observemos lo que nos sucede de forma negativa. Entramos en la queja y no nos hacemos responsables de lo que sucede, sino que culpamos al entorno y enfocamos toda nuestra energía en lo negativo y en la utilización de un lenguaje negativo e incluso victimista, lo que nos impide hacer frente a la situación y utilizar la energía de forma positiva para afrontar y cambiar lo que no nos gusta o bien gestionarlo de forma constructiva.
“La elección de las palabras que empleas a diario tiene un mayor impacto en tu vida de lo que podrías pensar” #comunicacionpositiva Clic para tuitearPor el contrario, cuando utilizamos un lenguaje positivo, este afecta positivamente a nuestro cerebro y nos permite observar lo que nos sucede de forma diferente, abriendo posibilidades a nuestro alrededor. Nuestro nivel de autoconfianza incrementa y, por ello, nos sentimos capaces de afrontar de forma positiva lo que nos sucede, asumiendo el liderazgo de nuestra vida y valorando las experiencias de forma constructiva, lo que hace que nuestras probabilidades de tener una vida mejor se incrementen. No es importante lo que nos pasa, sino que lo importante es cómo lo observamos y, en consecuencia, cómo lo gestionamos.
Este es tu reto: cambia las palabras que utilizas. Esto probablemente te ayude a cambiar, a su vez, tu forma de actuar. no se trata de abrazar un positivismo ingenuo, pero deberíamos vigilar nuestro discurso y, siempre que sea posible, hacer que este sea más positivo y motivador. Desde ahí, posiblemente puedas empezar un cambio positivo en tu vida. Este artículo nos habla más sobre las palabras negativas.
5 pautas para utilizar el lenguaje positivo
Cuando a uno no le da la vida porque lleva su trabajo con un retraso espantoso, y solamente va a ser una pérdida de tiempo porque el incompetente del jefe te tiene manía y tu compañero es un inepto, además el día no puede empezar peor porque la conexión a internet es pésima (¡a ver si este trasto arranca ya!) porque no llegas a nada… hay un problema.
5️⃣ pautas para utilizar el lenguaje positivo #comunicación Clic para tuitearQuizá muchos. Pero sobre todo uno que nada tiene que ver con el entorno, sino con uno mismo. Uno que consiste en cómo construimos nuestro relato a través de las palabras que elegimos para expresarnos. Por ejemplo: el párrafo de inicio tiene 68 palabras y 21 son negativas. Y podría pasar por el relato de un trabajador apurado un día cualquiera.
A mi entender, todo esto es motivo suficiente para que empecemos a tener más cuidado con lo que decimos. Pero también con lo que pensamos, e incluso con lo que leemos; porque, las palabras van a determinar en gran medida nuestro estado de ánimo. Así que, podríamos tener en cuenta algunos consejos para que saques provecho del poder de las palabras:
Identifica tus coletillas
Seguramente cuando eras pequeño, escuchabas a la gente decir “¡Qué calor hace!” cuando salían a la calle en verano. A lo mejor no te has dado cuenta, pero has repetido la coletilla incluso cuando todavía no habías llegado a sentirlo. De hecho, muchas veces no sentimos calor hasta que no se lo escuchamos a alguien. La temperatura no cambia, lo que cambia es nuestra atención hacia ella y el pensamiento que se activa cuando pronunciamos o escuchamos una frase que ya hemos repetido numerosas veces y que nos hemos aprendido de memoria.
Supón por un momento que, en lugar de ser el calor, sea una sensación de crispación, de estrés, de desmotivación, desesperanza o tristeza. Imagina el daño que nos hacemos cada vez que decimos “No tengo tiempo”, “Vaya problemón”, “No me da la vida”, “Qué mala suerte tengo”, o incluso algo tan aparentemente inofensivo como “¡Otra vez lunes!”.
Muchas veces utilizamos este tipo de coletillas sin pensarlo, sin sentirlo realmente, simplemente porque las tenemos muy automatizadas. Pero eso no les resta eficacia
- Practica el “pillarte” diciendo alguna de estas coletillas(u otras similares) durante el día. No te juzgues (“¡Ya estoy diciéndolo otra vez!”); simplemente date cuenta de que aparecen. Al principio cuesta un poco, pero en pocos días… ¡no se te escapará una!
- Toma consciencia de cuándo y cómo las dice Si comienzas a observar las situaciones en las que utilizas coletillas “negativas”, probablemente te des cuenta del impacto que han tenido (y tienen) en ese contexto en particular.
- Comienza a reflexionar acerca de aquello que quieres y adapta tu lenguaje a tus objetivos. Para aumentar la eficacia de esas nuevas coletillas “deseables” es importante que cumplan, al menos, dos requisitos fundamentales: Formúlalas en positivo. Por ejemplo: en vez de “no estoy estresada” prueba con “estoy serena y calmada”. Como cualquier coletilla, debe ser corta. Por ejemplo: “estoy serena, calmada, tranquila y altamente capacitada para cumplir mis objetivos en los plazos que me interesan sin que me suponga un sacrificio a mí o a cualquiera que…”. Lo bueno, si breve, dos veces bueno
Elimina la palabra “no” del principio de tu discurso.
Como ya hemos hablado en otra parte de este post, la palabra “no” tiene repercusiones muy negativas e incluso libera cortisol que es la hormona del estrés y la ansiedad. Sin quererlo en ocasiones nos decimos cosas que pueden parecer que son positivas, por poner un ejemplo: “no quiero estar enfermo”. En realidad, la frase positiva no es esa, la frase positiva es “quiero estar sano”. Y así con cualquier otra expresión que se te ocurra.
Mejor centra tu discurso en la parte más positiva de las cosas. Aunque no lo creas puedes dar la vuelta a las cosas y ver que todo tiene una parte buena; si cuando hablas te centras en esa parte, tú te vas a sentir mejor y las personas que te rodean y te están escuchando también.
A todos nos pasan cosas que necesariamente no tienen por qué ser buenas. Pero, con nuestra forma de decirlo nos podemos sentir mejor o peor. Imagínate que has tenido algún problema de salud, puedes decir “estoy enfermo”. Pero también podrías decir, “me estoy recuperando”. Si has perdido tu trabajo, puedes decir “no tengo trabajo” pero también podrías decir, “estoy buscando trabajo”. Recuerda siempre que el “no” al principio de una frase, nos provoca estrés.
Evita los imperativos
Por experiencia, las palabras que indican obligación también generan estrés, creo que los podéis reconocer como los famosos “tengo que” o “debería”. Se puede decir, que cada vez que las personas se quedan estancadas en el “debería” y todas sus connotaciones negativas, se convierte en una forma de latigazo emocional, en una especie de penitencia emocional que solo les hace sentir peor, ya que el pasado no se puede modificar.
Si las cambias por ejemplo por, “quiero”, de inmediato desaparece la obligación que llevan implícitas las otras; y con ello la resistencia que ponemos siempre a hacer algo a lo que se nos obliga. Otra palabra para sustituir los deberías es “aprendí”. Sí te puede sonar extraño La mente en ese momento no sabrá que, información procesar para dar una respuesta correcta, y se seguirán repitiendo “debería” … “aprendí”. Al seguirlo intentando, va a ocurrir un cambio en nuestra mente y al final encontraremos una respuesta correcta, es decir, lo que aprendimos en dicha situación. En resumen: siempre debes elegir con mucho mimo las palabras que utilizas.
Disminuye la autocrítica y aumenta las palabras positivas en tu lenguaje
Piénsalo, y verás como encuentras muchas más expresiones autocríticas que utilizamos para hablar mal de nosotros mismos… “soy muy torpe”, “no puedo”, “soy un inútil para…”, “no me veo capaz”, “no voy a poder con esto”, “es muy difícil”, son sólo unos pocos ejemplos.
Las palabras influyen en la autoestima; y también en las decisiones que tomaremos. Así, por ejemplo, las expresiones autocríticas mencionadas nos llevarían a no actuar. Se ha podido comprobar que, leer una lista de palabras negativas durante unos pocos segundos, provoca en las personas una respuesta de ansiedad y peor estado de ánimo; pero, si ese discurso negativo es hacia nosotros mismos, los efectos son todavía peores.
“Desafía la forma automática en la que responde tu cerebro, cambiando estas palabras negativas, por otras que te ayuden a resolver problemas y tener el control de tus creencias”
De igual manera, las palabras que indican actividad promueven en nosotros la motivación para actuar, como, por ejemplo, “sí que puedo hacerlo” o “soy perfectamente capaz”. Las palabras tienen un efecto emocional tan intenso que son capaces, como te decía antes, de cambiar nuestro cerebro.
Deja de dramatizar
Con dramatizar me refiero a exageraciones y expresiones del tipo, “esto es horrible”, “es espantoso”, “no puedo soportarlo”, “es imposible hacerlo”, etc. Estas expresiones, además de ser probablemente poco realistas, generan mucho malestar y estrés.
Habría que cambiarlas por otras menos radicales, que se ajusten mejor a la realidad y que no nos generen un malestar tan intenso. “Esto es molesto”, o “es un poco incómodo”, son expresiones mucho más suaves; que, al decirlas así, harán que nuestras emociones no sean tan negativas.
Cambiar estas pequeñas palabras o frases, es de importancia para resolver problemas, como para mejorar nuestra comunicación, crear posibilidades y oportunidades en nuestro desarrollo personal y profesional. Desafía la forma automática en la que responde tu cerebro, cambiando estas palabras negativas, por otras que te ayuden a resolver problemas y tener el control de tus creencias.
Recuerda que nuestros pensamientos se transforman en palabras que van a determinar nuestra acción. ¿Con qué palabras caminas por la vida? ¿A qué palabras les prestas atención? ¿Cómo te afectan tus palabras para abrazar la vida con esperanza? ¿Tienes un vocabulario mental positivo? ¿Tienes una estructura de pensamiento constructivo? Me gustaría conocer tu opinión.
Si has llegado hasta aquí ¡Gracias por leerme!